¿Escribo una crítica literaria o una diatriba contra el capitalismo y la decadencia de la industria editorial? ¿Escribo sobre mis impresiones respecto al libro y hago una suerte de observaciones más o menos pertinentes al respecto o me canso de denunciar la idiotez del público consumidor y su voluntad manipulable? Tengo que elegir entre un abordaje u otro. Supongo que no puedo hacer ambas cosas de manera simultánea. ¿O si?
Mi tesis es que la mayoría de la gente no lee y de los pocos que leen, simplemente leen lo que la tendencia determina. Proporcionalmente, el público lector, los consumidores literarios, son muy pocos. Dentro de esa pequeña minoría de la población, son todavía menos los que asumen riesgos, los que se animan a leer un libro que no haya sido reseñado en el suplemento de cultura de turno. Luego, las posibilidades para los editores independientes son terribles.
En líneas generales, los consumidores literarios tienen razón en no asumir riesgos, porque cada vez que lo hacen terminan desilusionados. Persiste la idea de que si un libro no “da que hablar” es porque no tiene nada que decir. Persiste la opinión de que los libros independientes sencillamente son malos y que sólo tienen posibilidad de circular en nichos. Esto bien puede ser así, es cierto. Pero no hay que olvidarse que también puede ser de otra forma. Antes de descartar un libro editado de manera independiente por el simple hecho de haber sido editado de manera independiente, hay que recordar que un libro editado de manera independiente no implica necesariamente que se trate de un libro de baja o nula calidad. La mayoría de las veces quizás puede que así sea, pero no siempre y es necesario recordarlo y decirlo. Una y mil veces.
Por otra parte, es cierto que las obras raras o malditas tienden a circular, proliferar y naturalizarse pura y exclusivamente de manera excepcional, rara y maldita. Lo raro atrae de lo raro, como quien dice. No puede esperarse que una obra tan singular, extraña y atípica como El Zombi del Grand Perou tenga un éxito masivo. Dios sabe que sería ridículo esperar eso. Pero merece, al menos, encontrar su público, esa minoría de lectores dados a las curiosidades y a los libros de excepción. Bibliófilos impertinentes cabalgando en la tormenta.
El Zombi del Grand Perou fue escrito en 1697 y atribuido a Pierre Corneille de Blessebois. Tanto la obra como el autor están envueltos en una bruma de quívocos y misterio. Hasta el día de hoy no hay certezas ni últimas palabras al respecto. Toda vez que se postulan varias conjeturas e hipótesis contradictorias y posibles. El resultado del escaso rigor e interés que los bibliófilos de la época procuraron, posibilitaron su permanencia pero borraron sus huellas. Se sabe que existió un Corneille de Blessebois aunque no se sabe muy bien quién fue.
El Zombi del Grand Perou relata las aventuras de la Condesa de Cocagne, personaje espeluznante si los hay. Se dice de ella que es una mujer encantadora y de una amplia belleza pero que tiene un espíritu depravado y perverso, a la que sólo le interesa la búsqueda permanente de nuevas formas de placer y vanidad. La Condesa de Cocagne mantiene una relación violenta de amor y odio con el Marqués del Grand Perou. La historia es relatada por el propio autor, quien participa de los sucesos desde dentro, en calidad de amigo de la Condesa de Cocagne.
Si hubiese que resumir la historia en un único arquetipo, sería el del burlador burlado. La Condesa de Cocagne trama una venganza caprichosa contra el Marqués del Grand Perou y le pide ayuda a Corneille de Blessebois para su cometido. Corneille de Blessebois promete ayudarla, pero en su lugar le confiesa al Marqués del Grand Perou lo que la Condesa se propone y, juntos, burlan a la Condesa. Ella no se entera del engaño y asume, erróneamente, que su plan es un éxito. Sostener la mentira con la que tanto uno como otro han engañado a la Condesa es una tarea demasiado ardua. Tan ardua, que el Marqués del Grand Perou ya no está dispuesto a sostenerla. Por eso, resuelve asesinar a Corneille de Blessebois quien, afortunadamente, puede darse a la fuga. No obstante, su destino es trágico, como el destino de todos.
Condesas dadas a las orgías y los excesos abundan en la literatura, pero el punto de vista sostenido hacia estos personajes suele ser punitivo o condenatorio. El abordaje que sostiene Corneille de Blessebois es, pese a todo, de una evidente simpatía. El punto de vista del narrador es, claramente, laudatorio. Finalmente, hay que destacar que, estructuralmente, la historia es relatada en prosa y poesía rimada, lo que le da a todo el libro un tono entre jocoso y singular.
Si el hilo se ha seguido correctamente hasta aquí, la conclusión natural es que recomiendo esta obra, más por la apuesta editorial que supone que por sus méritos literarios. No obstante, hay todavía algo más. En lo que a mí respecta, la singularidad del libro y de la historia (con méritos más o menos discutibles) e incluso la singularidad del autor pasan a un segundo plano. Lo más destacable de este libro, lo que de verdad me parece absolutamente genial, es el postfacio. Todo el libro me parece apenas una mera excusa o un trámite con el que los buenos lectores pueden ganarse la recompensa de tan delicioso ejercicio de crítica literaria y bibliofilia extravagante.
Decididamente, lo que los lectores sagaces descubrirán como verdadera joya literaria no es ni la novela, ni al autor, sino el trabajo de investigación realizado en la reseña de presentación o prólogo y en el postfacio. Para variar, no queda claro quién escribe la reseña o el postfacio. A fin de cuentas, lo mismo da. El postfacio es, decididamente, una delicia. Allí se ncluye una breve reseña de las obras que posiblemente
puedan ser atribuidas a un autor que, dicho sea de paso, ni siquiera se sabe a ciencia cierta que haya existido.
Así como yo lo veo, todo el libro luce como una excusa para poder realizar un análisis sesudo de un autor casi imaginario. En este sentido, el libro me parece genial. Una proeza al estilo de los libros de Stanislaw Lem (Un valor imaginario o Vacío perfecto) o Jorge Luis Borges (Historia universal de la infamia, El libro de los seres imaginarios, etc). Mientras leía el epílogo, no podía dejar de pensar en las observaciones de Kinbote sobre John Shade. Por cierto, creo que incluso deberían haberse abstenido de publicar la novela de Corneille de Blessebois y conformarse con publicar el sesudo análisis sobre ella. Hubiese sido todavía más absurdo y genial.
El Blog del Librero Humanoide